Fue una condesa húngara, perteneciente a una de las familias
más antiguas y poderosas de Transilvania (como no podía ser de otra manera:
pirao + sangre = Transilvania), vivió
entre los siglos XVI y XVII.
Fue acusada y condenada por de una serie de crímenes
motivados por su obsesión por la belleza y la juventud. En concreto utilizaba
la sangre de sus jóvenes sirvientas y pupilas (a las que sometía a toda clase
de juegos macabros y torturas) para mantenerse joven, con ella hacía potingues, se daba baños o simplemente la bebía (en ocasiones directamente del cuerpo
tras morder a la víctima).
¡Qué cosas! Ella mataba vírgenes y nosotros monos y ballenas, ¡hay que ver cómo avanza la cosmética!
¡Qué cosas! Ella mataba vírgenes y nosotros monos y ballenas, ¡hay que ver cómo avanza la cosmética!
Hay quien asegura que fue víctima de un complot de sus enemigos
en un contexto político muy complejo, para buscar su perdición y muerte.
Como sea, todo empezó de la siguiente manera: Erzsébet (Isabel para los colegas) en
realidad era una mujer muy culta que hablaba y leía perfectamente el húngaro, alemán y latín. El caso es que
leyendo sobre España le llamó la atención la receta de la morcilla, de la que
se decía estaba buenísima (una lástima que el libro no especificase que la
sangre requerida era de cerdo). Más
tarde, cuando tenía todo preparado para empezar a hacer el embutido (arroz,
cebolla, tripas, vírgenes desangradas..., en fin lo normal), pasó por allí un
español y fue invitado a ver cómo lo hacían. Cuando éste aseveró que la sangre
que se usaba era de cerdo, la condesa se llevó un chasco e hizo la pregunta que
nos ocupa, a lo que el español se limitó a encogerse de hombros y contestar: “-
Podéis bañaros con ella, que fijo que tiene “mazo” (era de Madrid) de coenzima Q10”.
¡Por cierto! la morcilla salió genial.