Don Pelayo fue un
noble visigodo que posteriormente se convertiría en monarca del reino de
Asturias y que durante las incursiones árabes a la península Ibérica, lideró
dos rebeliones. Tras la primera, en 718,
fue llevado prisionero a Córdoba, de donde escapó, para liderar una segunda
revuelta (se ve que era un hombre constante… o terco como una mula). El caso es
que se negaron a pagar los impuestos
exigidos por los árabes (tipos listos, ¿quién quiere pagar impuestos para que
se lo lleven todo cuatro corruptos, (o peor, los bancos)? Menos mal que los
tiempos cambian ¬¬)
El caso es que en 722
y puesto que Munuza (el bereber de turno que los árabes pusieron como
gobernador) fue incapaz de someterlos pidió ayuda a Córdova y fue enviado el general Al Qama para acabar con
el problema (en realidad querían cobrar, o desahuciarlos, como hemos dicho
antes, esas cosas que ya no pasan).
Cuando Al Qama dijo que quería cobrar, Pelayo dijo que por
supuesto, que le acompañara a donde tenían las pied… el dinero. Y le condujo a donde los rebeldes esperaban a
los musulmanes, un lugar estratégico para hacer perder la capacidad de maniobra
de sus tropas y emboscarlas (sucio, como a mí me gusta). Cuando llegaron Pelayo se dirigió al general acuñando la cita
que hoy nos ocupa, acto seguido llovieron sobre los árabes, palos,
piedras, flechas, ñordos (no, esto
último no). A la vez que unos soldados escondidos cargaron desde una cueva
que para los musulmanes había sido invisible (llevar gafas o morir, si ya lo
digo yo).
Así empezó la batalla de Covadonga, considerada el arranque
de la reconquista y por eso
“Asturies ye España y lo demás
tierra conquistada”.