jueves, 16 de mayo de 2013

“oye, Judas, ¿tienes algo suelto, que no me llega para pagar la cena?” Jesús de Nazareth





Sabíais que a este señor le tenía que tocar tarde o temprano. No voy  a perder el tiempo diciéndoos quién fue o qué narices hizo, porque si no lo sabéis, o bien habéis estado durmiendo durante 2000 años más o menos (en el caso de que seáis inmortales (no os habéis perdido gran cosa)), o bien pertenecéis a una tribu de esas de Oceanía, de África o del Amazonas que viven aisladas de la civilización. En esos dos casos quedáis disculpados.

Lo que sí voy a explicar es lo que no se cuenta de la última cena. Resulta que Jesús se entretuvo jugando a la taba y cuando se quiso dar cuenta era ya muy tarde y había quedado a cenar con los colegas (invitaba él porque le había salido un curro).  Se dio una ducha rápida y salió como alma que lleva el diablo (curioso este dicho aplicado a esta persona), pero se olvidó coger dinero.

Se dio cuenta cuando, a la hora de pagar, vio que no le alcanzaba y tuvo que pedir prestado a Judas (Iscariote, que fue el traidor, porque entre los colegas había otro, Judas Tadeo), le daba la impresión de que él podría tener dinero, aunque no sabía muy bien por qué ya que Pedro, que se lo olía, ya había salido por patas.  Cuando judas se negó, Jesús dijo: “Pero tío, mira cómo me están mirando los dueños, parece que me quieren crucificar” y es lo que tiene ir a un restaurante Italiano (romano, en aquella época).

El resultado de todo aquello es que Jesús aquella noche acabó lavando platos (además de pies, que fue el castigo por llegar tarde a su propia cena) antes de poder ir de botellón al huerto de los olivos. Al final la noche se desmadró tanto (alerta spoiler) que, como él mismo había vaticinado,  Jesús acabó crucificado.


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